Cuenta una leyenda china que a un hombre sabio y virtuoso le fue concedido poder visitar el infierno. Una vez allí, vio multitud de personas frente a grandes y largas mesas opíparamente servidas, repletas de alimentos muy apetitosos. Estaban allí dispuestos para ser consumidos. Sin embargo, la escena contrastaba con los comensales, que tenían ojos desorbitados, brazos, cuerpos y piernas esqueléticas, semblantes acongojados, todos estaban desnutridos y hambrientos.
Su castigo, su infierno, consistía en que sólo podían comer de aquellos manjares si usaban de unos largos palillos, de longitud parecida a los remos de una barca de navegar.
De esta manera, por más que los comensales estirasen o flexionaran los brazos, cuello, cuerpo y piernas, no conseguían probar bocado.
--Impresionadísimo, el hombre sabio y virtuoso pidió entonces poder visitar el cielo. Una vez allí, se quedó asombrado, a la vez perplejo, al ver que en el cielo había idénticas mesas y con los mismo manjares y que debían usarse los mismos utensilios: los largos.
Pero los comensales tenían otro aspecto estaban rollizos, pletóricos de salud. Allí reinaban la paz, la alegría y la felicidad.
¿EL SECRETO? Muy sencillo: en el infierno cada uno se preocupaba sólo de comer él y nadie comía. En el cielo todos y cada uno se ocupaban de alimentar y daban de comer físicamente, con los largos palillos, a quienes estaban enfrente, al lado opuesto de la mesa. De esta manera todos comían y convivían en feliz hermandad.
CONCLUSIÓN: el hambre y los infiernos de la tierra desaparecerían si el amor y la solidaridad hicieran presencia en nuestro mundo, convertirían a las personas, lugares y cosas, donde ahora sólo existen infiernos, en auténticos cielos.....
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